La principal conclusión que dejó la Cumbre RIO+20 es que no existe voluntad política en los actuales gobernantes de los países, para responder con decisión, responsabilidad y valentía, a los retos que impone la crisis socio-económico-ambiental que enfrente la humanidad.
Los dos temas más importantes de convocatoria eran la erradicación de la pobreza y cómo avanzar en dirección hacia una economía más verde.
El producto final como nos tiene acostumbrados Naciones Unidas- fue un documento denominado El futuro que queremos, conteniendo ideas y deseos muy compartibles (aunque nada novedosos), pero que no incluyó la consideración frontal de lo que está provocando la crisis, o sea del problema de fondo que hoy pone en riesgo el futuro de buena parte de la humanidad.
Nos referimos al paradigma económico predominante, que sigue creyendo que es posible el crecimiento indefinido, que relativiza la importancia de homeostasis ambiental, que cada vez se aleja más de la realidad impuesta por las necesidades de las personas y la lógica del funcionamiento de los ecosistemas y biomas del planeta.
Poco importa que se eche la culpa a la estructura y el funcionamiento de la Organización a las Naciones Unidas, porque en realidad lo que ocurre es que no existe convencimiento ni hay voluntad política en los gobernantes de los países miembros, de impulsar cambios de fondo en la forma de producir, consumir, comerciar, gestionar y distribuir. Por eso tampoco son relevantes las acusaciones cruzadas que se realizan entre países, si es ques e quiere llegar al meollo del asunto. Porque todos sabemos que es imposible que la mayoría de la humanidad viva con el nivel de consumo y derroche que caracteriza el modelo de las naciones más ricas y, sin embargo, parece ser la aspiración de todos los gobiernos del orbe.
Nadie discute le enorme dificultad que significa realizar una cumbre mundial con la intención de resolver satisfactoriamente problemas urgentes como la pobreza, seguridad alimentaria, agricultura sustentable, agua y saneamiento, energía, transporte sostenible, ciudades sostenibles, salud, océanos y mares, conservación de la diversidad biológica, lucha contra la desertificación y degradación de los suelos, cambio climático, retroceso de los glaciares y áreas polares, minería, productos químicos y desechos, consumo, empleo, educación, comercio, producción, acceso a la información,democratización del conocimiento y las tecnologías que mejoran la calidad de vida de los pueblos, etc.
Lo cuestionable es que no hemos podido superar el estadio inicial de que cada gobierno participe de la Cumbre con el objetivo de defender sus intereses locales y a corto plazo, lo que impide que eleven la mira pensando en el beneficio de todos. Todo se reduce a una pulseada donde confrontar fuerzas.
Por esa razón no debe extrañar que se excluya deliberadamente de documentos principales, la mención expresa a los actuales límites del planeta, que condicionan el presente y futuro de los pueblos, como si haciéndolo desapareciera una de las causas de los problemas de fondo.
A dos decenios de la Cumbre de RIO la sensación que queda es que no hemos avanzado. En realidad sí lo hemos hecho, pero los resultados son desesperanzadoramente exiguos.